«Guarden este tesoro»

Tiempo de lectura: 7 minutos
Por: Deirdre Cornell
Fecha de Publicación: Dic 1, 2025

Un sacerdote Maryknoll acompaña al pueblo de El Salvador y honra a sus mártires

En la ciudad de San Salvador, un mural callejero representa una Misa memorable. A un lado del altar pintado hay imágenes de devastación; y en el otro, colores vívidos que dan vida a una comunidad próspera. Una cita en el mantel del altar dice: “Guarden este tesoro”. El Padre Maryknoll John Spain ha pasado su vida en misión cumpliendo con este mensaje.

El Padre Spain, conocido cariñosamente como “Padre Juan”, comenzó sus cinco décadas de servicio en Centroamérica en 1971. Ordenado un año antes a la edad de 26 años, estudió español en Bolivia antes de llegar a El Salvador, un pequeño país del tamaño de Massachusetts.

El mural ilustra la realidad a la que el Padre Spain fue expuesto como un joven misionero. En el altar están representados los mártires de la iglesia salvadoreña, incluido San Óscar Romero. “Vine en junio y lo conocí en agosto”, recuerda el Padre Spain. “La Iglesia aquí ha sido formada por él, además de muchos otros”.

El Padre Spain ministró primero en las periferias de la capital. La mayoría de residentes vivían en proyectos de vivienda construidos para trabajadores de fábricas y construcción que emigraron de las zonas rurales. “Nuestro desafío pastoral fue restaurar su sentido de comunidad y reavivar la fe que recibieron mientras crecían”, dice el Padre Spain. “Puede que tuvieras un trabajo, e incluso una vivienda, pero ¿dónde estaba tu comunidad?”

La respuesta estaba en las comunidades eclesiales de base. “Comienzan a hablar sobre sus vidas, las Escrituras, las enseñanzas de la Iglesia, y eso les da una identidad comunitaria nuevamente”, dice el Padre Spain. “La gente cobra vida con otras personas”.

El Padre Joaquín Álvarez y el Padre Maryknoll John Spain (derecha) visitan la tumba de San Óscar Romero en la catedral de San Salvador. (Octavio Durán/El Salvador)

El Padre Spain con una familia en Tutunichapa, San Salvador, habitada por personas desplazadas por la guerra y los terremotos. (Eric Wheater/El Salvador)

En 1978, a Maryknoll se le encargó la parroquia rural de San Pedro Apóstol en Ciudad Barrios, la ciudad natal de Óscar Romero. Los feligreses incluían a agricultores de subsistencia y trabajadores de plantaciones de café. “Nos invitaron para compartir la profunda fe y el amor por la tierra”, dice el Padre Spain. “Había pobreza, pero la gente tenía ese sentido de familia, comunidad, identidad. Sabían quiénes eran”.

El misionero había servido en el consejo de sacerdotes y trabajaba con el Padre Fabián Amaya, director del periódico y la radio diocesanos. Estos roles le dieron un amplio panorama. Tanto en las zonas urbanas como en el campo, relata el Padre Spain, había una gran emoción, “una efervescencia”, sobre la implementación de las enseñanzas del Vaticano II y la Conferencia Episcopal Latinoamericana.

La encíclica de 1975 del Papa Pablo VI Evangelii Nuntiandi (Sobre la evangelización en el mundo contemporáneo) aumentó el entusiasmo. “La encíclica cayó como las lluvias de mayo ”, dice el Padre Spain, haciendo eco de las palabras del arzobispo de San Salvador en ese momento, quien fue sustituido por monseñor Romero.

Las “lluvias de mayo” mantuvieron viva la esperanza mientras El Salvador se precipitaba hacia una guerra civil que cobró 75.000 vidas. El malestar social creció en todo el país, y en la capital se declaró el estado de sitio. Unidades militares extrajudiciales conocidas como “escuadrones de la muerte” atacaron a líderes de la Iglesia y de la comunidad bajo la sospecha de “subversión”. “Conocimos a diferentes personas que fueron asesinadas”, recuerda con tristeza el Padre Spain.

Monseñor Romero abordó la crisis en sermones ampliamente difundidos. “Hay un criterio para saber si Dios está cerca de nosotros”, dijo en una homilía. “Dios está cerca de aquellos que se preocupan por los hambrientos, los desnudos, los pobres, los desaparecidos, los torturados, los prisioneros, los que sufren”.

Los habitantes de la parroquia de Ilopango, en las afueras de San Salvador, forman una comunidad eclesial de base para reflexionar sobre las Escrituras y la tradición católica. (Eric Wheater/El Salvador)

Los habitantes de la parroquia de Ilopango, en las afueras de San Salvador, forman una comunidad eclesial de base para reflexionar sobre las Escrituras y la tradición católica. (Eric Wheater/El Salvador)

“Tenía ese don de expresar la voz de la gente, de los que no tienen voz”, dice el Padre Spain.

El 24 de marzo de 1980, mientras celebraba Misa, Monseñor Romero fue asesinado por un francotirador. El 2 de diciembre de ese año, las Hermanas Maryknoll Ita Ford y Maura Clarke, la Hermana ursulina Dorothy Kazel y la misionera laica Jean Donovan fueron asesinadas.

“¿Por qué las Hermanas siguieron con lo que estaban haciendo? ¿Por qué se quedó Romero?” pregunta el Padre Spain. Estaban comprometidos, dice, “con la convicción básica de que Jesús nos llama a hacer esto”.

“El Padre John Spain es testigo del martirio de las religiosas norteamericanas y de San Óscar Romero. Se emociona cuando habla de ellos”, dice Kevin McCarthy, quien ha dirigido cuatro viajes de inmersión a El Salvador con el Ministerio de Formación Misionera Maryknoll. “Tiene la memoria de un historiador para los detalles y los hechos, pero como conoció [a los mártires], la información que comparte es perdurable e impactante”.

“Sus vidas no han sido en vano”, dice el Padre Spain. “Nos señalan una dirección para nuestras vidas y lo que deberíamos estar haciendo”.

Nacido en Troy, Nueva York, John Spain se encaminó hacia la misión a temprana edad. El tercero de ocho hermanos, él creció leyendo la revista Maryknoll. “Durante la Jornada Mundial de las Misiones, había en nuestro periódico católico una página completa con [los nombres de] los 300 misioneros de la diócesis de Albany, incluidos muchos misioneros Maryknoll”, recuerda. Spain entonces dejó el Holy Cross College para unirse a la Sociedad Maryknoll.

El Padre Spain e integrantes de la comunidad preparan un altar sencillo para una festividad tradicional en la Capilla de la Santísima Trinidad de la parroquia de Jocoaitique en Morazán. (Sean Sprague/ El Salvador)

El Padre Spain e integrantes de la comunidad preparan un altar sencillo para una festividad tradicional en la Capilla de la Santísima Trinidad de la parroquia de Jocoaitique en Morazán. (Sean Sprague/ El Salvador)

Un año después de los asesinatos de Romero y las religiosas, los superiores les pidieron al Padre Spain y a otros sacerdotes Maryknoll que salieran de El Salvador debido a amenazas. Sirvió durante nueve años en la cercana Nicaragua.

En diciembre de 1991 —anticipando la firma de los Acuerdos de Paz de Chapultepec en enero de 1992— el Padre Spain regresó al país al que llama hogar. Se unió a los Padres Maryknoll Ronald Hennessey y William Boteler en la parroquia de El Buen Pastor en San Ramón, que había perdido unos 600 feligreses debido a la violencia. Su ministerio principal, dice, “era facilitar la reconciliación y la sanación”.

El Padre Spain finalmente ayudó a entregar la parroquia a la Arquidiócesis de San Salvador. Luego, él y el Padre Maryknoll James Lynch abrieron una nueva parroquia en San Roque, donde reconstruyeron casas destruidas por terremotos. “Comenzar una nueva parroquia significa conocer a la gente”, dice el Padre Lynch, quien ahora es vicario general de la Sociedad Maryknoll. “Era importante escuchar sus historias, sus alegrías y tristezas, porque escuchar es el primer paso de la evangelización”.

En el 2005 se inauguró la nueva iglesia parroquial con tres capillas reconstruidas. Esa parroquia también fue entregada a la arquidiócesis. “Mi misión siempre ha sido apoyar a la iglesia local”, dice el Padre Spain.

“Incluso durante los años más difíciles, no estuve solo”, dice. “Eso es lo que más valoro de mi tiempo aquí”.

El Padre John Spain conversa con Ronald González Cornejo, participante del grupo juvenil Cristo Salvador, cuya madre y abuela sirvieron en la parroquia con los misioneros Maryknoll. (Octavio Durán/El Salvador)

El Padre John Spain conversa con Ronald González Cornejo, participante del grupo juvenil Cristo Salvador, cuya madre y abuela sirvieron en la parroquia con los misioneros Maryknoll. (Octavio Durán/El Salvador)

El Padre Spain, de 82 años, ha servido desde 2010 en la Iglesia Cristo Salvador en el barrio de Mejicanos de Zacamil en el área metropolitana de San Salvador. La parroquia, un oasis para las comunidades marcadas por la emigración y la violencia de las pandillas, anteriormente incluía el territorio de El Buen Pastor.

El párroco de Cristo Salvador, el Padre Joaquín Álvarez Campos, dice que su amistad se remonta aún más atrás. “Al Padre Juan lo conocí cuando era seminarista”, recuerda el Padre Álvarez, quien realizó su ministerio durante la guerra civil de su país. Conserva un retrato de San Óscar Romero en la iglesia. “Su expresión me llena, me da la fuerza para ayudar a la gente”.

Además de mantener la iglesia y dos capillas, la parroquia dirige un ministerio juvenil y un ministerio para los enfermos, en el que el Padre Maryknoll John “Jack” Northrop sirvió hasta que regresó a Estados Unidos el año pasado. “Ellos caminan con la gente,” dice el Padre Álvarez sobre los misioneros Maryknoll. “Hacemos buen equipo”.

Estar en misión es “estar cerca de los pobres”, dice el Padre Spain. “Entienden lo que es el sufrimiento, saben lo que es la pérdida. Pero también conocen la esperanza. Es maravilloso estar con personas que saben de qué se trata la vida”.

Imagen destacada: El Padre Joaquín Álvarez y el Padre Maryknoll John Spain (derecha) visitan la tumba de San Óscar Romero en la catedral de San Salvador. (Octavio Durán/El Salvador)

 

Sobre la autora/or

Deirdre Cornell

Deirdre Cornell sirvió como misionera laica Maryknoll en México. Es autora de tres libros Orbis Books, entre ellos Jesus Was a Migrant y American Madonna: Crossing Borders with the Virgin Mary, y actualmente trabaja con el equipo de la revista Maryknoll.

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