Dos misioneras laicas Maryknoll en África Oriental lideran un curso sobre la resolución de conflictos y la no violencia
La arquidiócesis de Gulu nos invitó a Joanne Blaney y a mí, misioneras laicas Maryknoll, a visitar el norte de Uganda. La mayor parte de nuestro trabajo allí se dio bajo la sombra de frondosos y enormes árboles de mango cargados de fruta madura.
El área de Gulu está poblada mayormente por la etnia nilótica llamada acholi, a quienes conocí por primera vez hace tres décadas. Estas personas resilientes, que sobrevivieron la dictadura militar de Idi Amin en los años setenta, se enfrentan al robo de su ganado y el despojo de sus tierras.
Los conflictos actuales se recrudecen por el trauma pasado. Por cerca de 20 años, esta población ha soportado lo que llaman “la insurgencia”: El reino de terror del Lord’s Resistance Army (LRA) que empezó a mediados de los años ochenta. Niños fueron raptados para ser soldados, y niñas de incluso 9 años fueron sometidas a abusos atroces. Aquellos que habían evadido ser raptados, recuerdan con angustia haber pasado su niñez escondiéndose en los bosques. La mayoría tienen parientes que fueron asesinados.
“Nuestra historia es violencia, violencia, violencia”, dice Yasinto Okot, director del equipo diocesano de Justicia y Paz y con quien trabajamos por cuatro meses. Joanne y yo ofrecimos un curso de Sanación del Trauma, No Violencia y Justicia Restaurativa para 60 líderes parroquiales y comunitarios y 25 hermanas religiosas, con la primera fase en sedes locales. En la segunda fase de nuestro curso, viajamos con nuestros colegas ugandeses para llegar a los participantes que no asistieron.
La mayoría de las 32 parroquias representadas quedan en aldeas lejanas —algunas muy remotas— que llegan incluso hasta la zona limítrofe con Sudán del Sur. Había días que viajábamos durante horas en carreteras de tierra en un calor sofocante. Al final de cada camino, catequistas, hermanas religiosas, maestros y líderes de la comunidad nos daban la bienvenida. Sentados en destartaladas sillas de madera o de plástico, nos cubría la fresca sombra de magníficos árboles de mango. Ocasionalmente, un crujido desde arriba nos hacía esquivar algún mango que caía.
Las misioneras laicas Maryknoll facilitaron terapia de trauma a 150 mujeres sursudanesas refugiadas en el asentamiento de refugiados de Palabek en el norte de Uganda. (Misioneros Laicos Maryknoll/Uganda)
Muchos dijeron que el curso les enseñó que la no violencia empieza en sus corazones. Joanne recuerda los comentarios de dos participantes. “Tenía mucha rabia”, dijo uno. “Solía golpear a mis hijos. Ahora escucho y entablo diálogo con mi familia y el equipo de liderazgo de la comunidad”. Otro, un maestro, dijo: “Cambié mi manera de interactuar con los estudiantes. [Antes del curso] no los escuchaba y mi manera de comunicarme causaba más conflictos. Ahora los ayudo a ser más unidos”.
Bajo los árboles de mango, describían cómo aprendieron a manejar el dolor y el enojo, a dialogar de manera eficaz y a contemplar cada lado de una historia. “No se trata de olvidar, sino de ver con nuevos ojos”, explica Joanne. “Nunca justificamos la violencia. El punto es transformar el resentimiento y sanar las heridas causadas por el conflicto, la violencia y la desconfianza”.
Estos heroicos y trabajadores pacifistas caminan millas para ofrecer resolución al conflicto. En uno de los lugares más remotos, un catequista llamado Charles relató cómo medió entre dos familias en disputa. La familia de un joven que había sido asesinado amenazaba con vengar su muerte.
Charles fue llamado a mediar en el conflicto en un punto álgido. Con su presencia tranquila, escuchó a ambas familias individualmente y luego las reunió, facilitando el diálogo y evitando así más derramamiento de sangre.
El sacerdote parroquial allí dijo: “Tenemos mucho que aprender de este método, y espero entrenar a muchos, muchos más feligreses”. Y añadió: “Ya ves, ¡es mucho lo que sucede en nuestras catedrales de árboles de mango!”
Humphrey y Blaney visitaron a 200 sobrevivientes del Lord’s Resistance Army (LRA), como estas mujeres, que encuentran sanación en grupos liderados por una hermana comboniana. (Misioneros Laicos Maryknoll/Uganda)
En el Día Internacional de la Mujer, la Hermana Giovanna Calabria nos invitó a reunirnos con 30 mujeres con las que trabaja. La Hermana Giovanna, quien vino de Italia en 1971, sirvió en Uganda durante los peores años de la insurgencia. Durante ese tiempo, otra misionera laica Maryknoll, Susan Nagele, y yo ofrecimos servicios de salud para refugiados acholi. La doctora Susan dice que “los acholi, especialmente las mujeres, son un grupo con un dolor tan profundo que es insondable”.
Las mujeres a quienes la Hermana Giovanna acompaña cuentan haber sido secuestradas por rebeldes del LRA cuando apenas eran niñas o adolescentes. Todas fueron abusadas física y sexualmente durante los años de cautiverio. Pero la parte más dura de su tormento sucedió al regresar a casa. En vez de ser recibidas con abrazos, fueron rechazadas y desterradas. A los niños que las acompañaban —hijos de soldados del LRA— se les consideraba maldecidos y no se les permitía entrar a escuelas o a hogares de familias. Dos décadas después, estas mujeres y sus niños (ya adolescentes o jóvenes adultos) continúan aislados y estigmatizados.
En el tiempo que estuvimos en Uganda, Joanne y yo conocimos a aproximadamente 200 mujeres en situaciones similares.
Como parte de nuestro proyecto, también pasamos tiempo en el Asentamiento para Refugiados Palabek, donde el Padre salesiano Ubaldo Andrake amablemente nos hospedó. Allí pasamos varias semanas con refugiados que habían huido a Uganda para escapar de la guerra civil en Sudán del Sur y cuyo trauma se complica por el flagelo del hambre.
Una y otra vez Joanne y yo vimos la evidencia inmediata de los repentinos recortes a programas de ayuda internacional de la administración Trump, pero en ningún lado fue tan atroz y desolador como en este campamento de refugiados. Cuando estábamos allí, oficiales del Programa Mundial de Alimentos de la ONU estaban informándole a la gente que el suministro de alimentos estaba próximo a acabarse.
Zipporah Waitathu, una hermana de la Congregación de las Hermanitas de María Inmaculada de Gulu, y oriunda de Kenia, vive y trabaja en el campamento. Nos presentó a los grupos de mujeres. Escuchamos historias de horror y peligro que forzaron a las mujeres a huir de sus hogares.
Los participantes del programa, la Hermana Agness Driciru, Odong Philip, Adong Sabina y Nokrach Peter, participan en un grupo de confianza, una técnica de aprendizaje que fomenta el diálogo y la escucha. Los participantes reciben capacitación para liderar la resolución de conflictos en las comunidades de Gulu. (Misioneros Laicos de Maryknoll/Uganda)
Ahora que han alcanzado un lugar “seguro”, no tienen cómo alimentar a sus familias. Una madre contó que buscaba hojas en el bosque para hervir para la cena. No hay peor trauma que no poder alimentar a tu hijo, dijo ella.
Mientras las mujeres contaban sus historias, expresaron algo de desahogo al ser escuchadas. Se dieron cuenta de que no están solas. Como el arzobispo Desmond Tutu escribió en El libro del perdón: “Cuando cuentas lo que te pasó, ya no tienes que llevar solo tu carga”.
Joanne y yo les enseñamos ejercicios para manejar el estrés, pero también identificamos técnicas útiles que las mujeres ya estaban usando en su vida diaria. Por ejemplo, poner las manos sobre la corteza de un árbol o caminar descalzas sobre el césped para recobrar la fuerza y el confort, conversar con otra mujer para recibir apoyo, reservar tiempo para la oración y el silencio, y golpear el suelo con un palo para sacar el enojo y el miedo. A las mujeres les encantó saber que podían continuar aprendiendo unas de las otras incluso después de que Joanne y yo partiéramos. Joanne regresó a su misión en Brasil y yo continué con mi asignación en Kenia.
Fue un honor y un privilegio que se nos hayan confiado estas historias sagradas en la tierra santa que es el norte de Uganda. Sí, es mucho lo que sucede en estas catedrales de árboles de mango, lugares de profundas homilías vivas que dan testimonio de la fe, la perseverancia y la esperanza.
Marj Humphrey, quien se unió a los Misioneros Laicos Maryknoll en 1987, está radicada en Kitale, Kenia.
Imagen destacada: Las misioneras laicas Joanne Blaney y Marj Humphrey (centro, dcha.), con Yasinto, Patrick y Lucy, del equipo de Justicia y Paz de Gulu. (Misioneros Laicos Maryknoll/Uganda)
